Recuerdo que a la pregunta de qué no le puede faltar a un buen promotor respondí que son varias las cualidades de las que no pueden prescindir; la primera de ellas sensibilidad, la segunda sentido de la trascendencia de una labor encaminada a exaltar la espiritualidad, la tercera: conciencia de que se hace algo que beneficia más a otros que a uno mismo, pues visibiliza y propone nuevas figuras de prestigio apartadas de lo material. Otras cosas dije y me percaté de la convocatoria mesiánica que estaba haciendo, casi al estilo de un predicador religioso, razón por lo cual concluí que la nuestra es labor de «evangelización», como lo es también la correspondiente renuncia a jugosas retribuciones que implica. Los salarios de cultura, se sabe, son casi risibles. La única probable compensación estaría con el reconocimiento de aquellos que se «salven» a través de un patrón iluminista, nunca estará caduco, aunque lo golpeen el pragmatismo y la ponderación de los consumos. En Vindicación de la oralidad |
Feb 26